domingo, agosto 13

EL INSTANTE DE LA TRANSFORMACIÓN

Marce se preguntaba por qué le gustaba tanto el silencio, la paz, la serenidad y la quietud. Era normalmente una persona extrovertida. Las conversaciones le entusiasmaban. Y, si eran personales, le fascinaban. Con el tiempo fue descubriendo que su encuentro personal de persona a persona le abría nuevos horizontes. 

Toda su mente y todo su ser se centraba en la persona. Se ajustaba a las vibraciones que recibía de ella. Se ponía en comunicación total con ella. Se producía un encuentro tan hermoso que se sentía inspirado por las informaciones de la persona y le aplicaba a su situación todas las reflexiones que pasaban por su mente. 

Había descubierto que en esos encuentros se sentía en un cielo. Muchas veces había compartido, con algunos amigos, que su definición de cielo era una buena conversación querida por ambos. Una buena conversación que apareciera con espontaneidad sin ninguna premisa, sin ningún condicionamiento. Entonces, se producía la vibración más alta de su alma. 

Era una fusión. En algunas ocasiones, la persona se sentía tan bien comprendida que le sugería que debía compartir esas ideas con todos. Al principio lo perturbaban. Después entendió que tenía esa virtud de contactar con una persona en la conversación personal. Lo importante era la persona, no la multitud. 

En una época donde se buscaban multitudes. Donde se buscaban miles de personas para poder comunicarse con ellas. Donde la cantidad era realmente importante, Marce descubría que, si la persona no era alcanzada, las multitudes solamente serían fruto de un momento sublime pero no duradero. 

La idea básica era sentirse comprendido. La idea esencial era sentirse enlazado en las energías de otra persona y descubrir, juntas, el potencial de sus vibraciones unidas. Así, con las preguntas adecuadas, con las aclaraciones oportunas y con la precisión adquirida, se ponía rumbo a la transformación: punto cumbre del objetivo de la vida. 

Muchas veces había querido descubrir ese punto cumbre de transformación. Lo intuía en su interior. Sentía emociones indefinidas en su pecho. Pero, ahora, lo veía descrito de una forma que le llegaba al corazón: “El milagro llega silenciosamente a la mente que se detiene por un instante y se sumerge en la quietud”. 

“Se extiende dulcemente desde ese momento de quietud, y desde la mente a la que dicha quietud sanó, hasta otras mentes para que compartan su quietud. Y éstas se unirán en su cometido de no hacer nada que impida el retorno de la radiante extensión del milagro a la Mente que dio origen a todas las mentes”. 

“Puesto que el milagro nació como resultado de un acto de compartir, no puede haber ninguna pausa en el tiempo que pueda hacer que el milagro se demore en llegar cuanto antes a las mentes perturbadas, para brindarles un momento de quietud en el que el recuerdo de Dios pueda retornar a ellas”. 

“Lo que creían recordar se acalla ahora, y lo que ha venido a ocupar su lugar no se olvidará completamente después”. 

Marce veía en esa quietud personal la puerta de entrada para permitir la venida del mensaje de la Mente que originó todas las mentes. Eso se producía como decisión personal en un momento de silencio interior. En ese camino, Marce se veía reflejado. 

Sus conversaciones personales, que tanto le hacían vibrar, eran la antesala de esa conversación serena entre la mente individual y la Mente originaria de todas las mentes. Era una transformación querida, sentida, ansiada, buscada, intuida, amada y vislumbrada. 

Y en esa quietud con ese entorno dentro del corazón, el silencio que le seguía era el momento de la extensión de la Mente a su mente: ¡Verdadero logro de encuentro y satisfacción! ¡Verdadero logro de plenitud y realización!

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