domingo, agosto 27

EL AUTÉNTICO FESTÍN SOÑADO

Cani pensaba en una celebración grandiosa para celebrar la vuelta de su hijo que, en su juventud, había decidido marcharse de casa. Fue una experiencia dura aquella separación. La unión que lo vinculaba con él era fuerte, sentida y muy profunda. Sin embargo, tuvo que permitir su partida. 

La libertad de las personas tenía esas cosas que arrasaban las uniones y la fusiones que se habían dado en la experiencia. Lo notó en su período de gestación. Se centró mucho en su comunicación con él. Lo disfrutó en su crianza. Se fue haciendo grande sin darse cuenta. 

Cuando le dijo que se marchaba, de pronto, como un rayo fulminante, despertó del sueño de unión que había tejido junto a su vida. Tuvo que reconocer que ese sueño no era conjunto. Era solamente el suyo. No había estado atenta a las necesidades de su hijo, a sus aspiraciones, a sus tendencias.

Las había ignorado como una madre centrada en ella misma. Durante un tiempo le había ido bien. Pero se cruzaba una edad en la mente de los jóvenes donde los tenías que tener en cuenta. Empezaban, aunque no se quería, a tomar las riendas de su vida en sus propias manos. 

Su hijo las tomó con fuerza. Le fue dando avisos. Ella no lo tomó en cuenta. “Ideas que se irían disipando con el tiempo”, pensaba ella. Pero todos los sueños tenían su despertar. El suyo fue terrible, a pesar de las señales que le habían llegado previamente. 

Un embarazo temprano, una acusación total, una falta de entendimiento, unos gritos que se clavaron en las paredes de aquella habitación. Cani decidió no apoyar a su hijo. Decidió que pasara él solo aquel calvario. Su orgullo de madre herida y desplazada se impuso a la naturalidad de una experiencia muy repetida por la naturaleza. 

La idea de posesión pasaba por su cabeza como una dueña herida y menospreciada. No podía aceptar que ya no era la persona que dirigía la vida de su hijo. Otra mujer había entrado en la relación y, según ella, sin ningún derecho, se lo había arrebatado. 

Cani había meditado mucho sobre ese incidente. Leía y releía ideas sobre que los hijos no eran de los padres. Eran colaboraciones que se hacían con el Creador. Los hijos siempre tenían vida propia y vida independiente. Los padres, como el Creador, siempre estaban para echar una mano. 

En el caso de Cani, la mano esperada nunca se alargó para apoyar la experiencia de su hijo. El sufrimiento la había partido en dos. Su corazón luchaba entre los derechos adquiridos por madre biológica y los derechos de su hijo a ser libre. Un enfrentamiento atroz. 

El tiempo había hecho su trabajo. El tiempo le había dado oportunidad de meditar, reflexionar, leer, replantearse la situación. El dolor era tal que por fin admitió que no podía tener razón. La verdad no iba acompañada de dolor. Y la verdad brillaba en la paz de la unión. 

Y esa paz no estaba en ella. Estaba, más bien, en el terreno de la libertad de su hijo. Fue abandonando su actitud, sus ideas, sus prerrogativas y sus derechos. Se dio cuenta de que esos derechos la destrozaban a ella y la alejaban de su hijo. Seguía leyendo aquellas líneas: 

“No tengas miedo, hijo mío, sino deja más bien que los milagros iluminen dulcemente tu mundo. Y allí donde la diminuta brecha parecía interponerse entre tú y tu hermano, únete a él. Y de este modo, será evidente que la enfermedad no tiene causa”. 

“El sueño de curación reside en el perdón, que dulcemente te muestra que nunca pecaste. El milagro no dejará ningún vestigio de culpabilidad que pueda traerte testigos de lo que nunca fue”. 

“Y preparará en tu almacén un lugar de bienvenida para Tu Padre y tu Ser. La puerta está abierta para todos aquellos que no quieran seguir hambrientos y deseen gozar del festín de abundancia que allí se les ha preparado para entrar”. 

“Y éstos se reunirán con tus Invitados a quienes el milagro invitó a venir”. 

Cani se quedaba complacida, serena y satisfecha. Se veía reflejada en esos pensamientos. Su cambio era total. Su error había sido superado por toda la comprensión que había ido adquiriendo a través del tiempo. Era una nueva mujer. Sus pensamientos eran distintos. 

En lugar de sentir a la mujer de su hijo como una rival, adoptó el papel de unión conjunta entre ambas. Las dos amaban a ese Ser que las había enamorado. Se dio cuenta de que el amor unía. El odio separaba. El amor abrazaba. La competencia menospreciaba. 

En su corazón, en sus pensamientos, esos eran los nuevos manjares que brotaban de su corazón, de la cocina de sus experiencias, del fuego de sus nuevas recetas. Una unión que haría de aquel encuentro soñado, la mayor grandeza de la vida.

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