lunes, agosto 28

LIBERACIÓN DE NUESTROS PROPIOS FARDOS

Lucas iba liberándose poco a poco de las cargas que, durante mucho tiempo, con unas ideas equivocadas, se había echado sobre sus hombros. Una de las experiencias que más le había impactado era la vivida con uno de sus tíos maternos. 

A los doce años tuvo ocasión de conocerlo en la playa donde había ido de excursión el colegio donde estudiaba. Le dijo el lugar donde estarían y estuvo todo el tiempo tratando de encontrarlo. Por fin, hacia el mediodía, tuvo la ocasión de conocer a un señor con una cara de serio muy acusada. Era su tío. 

Trabajaba de policía nacional. Era mecanógrafo. Escribía con una rapidez endiablada. No era teclear una serie de palabras. Aquello parecía más bien una ametralladora lanzando teclas sobre el papel para dejar impresas las palabras que le habían pedido. 

Tuvo ocasión de conocerlo. Su primera decisión fue determinar que no volvería con sus compañeros en el autobús a casa. Decidió que se quedaría con ellos una temporada. Le pareció bien. Fue su decisión y su tía lo apoyó. Por entonces, iba conjeturando que su tío era un ordeno y mando muy destacado. 

Le enseñó la ciudad. Cuando trabajaba iba con su tía de compras. En el mercado, su tía le dijo que no le dijera al tío ciertas adquisiciones que hacía. Era mejor no comentarlo. Se veía que la disciplina era férrea. No se movía una mota de polvo en la casa sin conocimiento del tío. Todo un acaparador. 

Vivía en un décimo piso sin ascensor. Toda una caminata que debían recorrer cada día para subir hasta el piso que los cobijaba. Con el paso del tiempo, en una visita que les hizo, su tía le expresó que el tío había cambiado mucho. Ya no era el ogro controlador que había conocido sino una persona mucho más comprensiva. 

Ese cambio se le quedó muy dentro. Las personas cambiaban, se liberaban y dejaban cargas pesadas por el camino. Era mucho más ameno y agradable estar con aquella nueva persona en la que se había convertido. Lucas empezaba a comprenderlo un poco más. 

“Aceptar la Expiación o Liberación para ti mismo significa no prestar apoyo a los sueños de enfermedad y muerte de nadie. Significa que no compartes con ningún individuo su deseo de estar separado ni dejas que vuelque sus ilusiones contra sí mismo”. 

“Tampoco deseas que éstas se vuelquen contra ti. De este modo no tienen ningún efecto. Y te liberas de los sueños de dolor porque permites que él se libere de ellos. A menos que lo ayudes, sufrirás con él, ya que ese es tu deseo”. 

“Si no hay ayuda mutua cada uno es protagonista en el sueño del otro en forma de amenaza. De este modo, los dos os convertís en ilusiones sin ninguna identidad”. 

“Tú puedes ser cualquier persona o cualquier cosa amenazante según el sueño de maldad que compartas con otra persona. Pero de una cosa puedes estar seguro: estás en una senda equivocada de maldad, pues compartes sueños de miedo”. 

Lucas aceptaba interiormente esas afirmaciones que describían tan bien los diversos personajes en los que nos convertíamos cuando el miedo, el temor y la angustia nos sobrecogía. Éramos atemorizados y, a la vez, atemorizábamos a los demás. 

Toda esa idea de yo venzo, yo soy el que mando. A mí, se me respeta porque tengo el poder de decisión, sin darse cuenta de que no es la aceptación sino el miedo el elemento que lo dominaba. 

Miedo, miedo, miedo. Todo iba liberándose de sus espaldas a medida que iba comprendiendo el sendero de comprensión por el cual el miedo se disolvía. Liberación de nosotros mismos. Liberación de su tío controlador. Liberación de los enojos inadecuados que parecían que nos daban poder y no sé qué. 

La liberación se iba instalando en su interior.

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