David se fijaba en las diversas etapas que había pasado con sus padres. En su primera niñez, la confianza era total. La seguridad que le proporcionaban era absoluta. Se sintió atendido, comprendido, apoyado. Tenía una buena relación con su madre. Entre los dos había cierta afinidad que los hacía sentir a ambos muy tranquilos, muy dichosos y muy colaboradores.
La siguiente etapa de la juventud fue un tanto más tormentosa. Momentos donde se veían los errores de los padres. Sus dudas se hacían patentes. Los enfados se procesaban de forma distinta y cierto tipo de tensión se palpaba en el ambiente cuando las discrepancias surgían.
David trataba de entender y comprender a sus padres. Era joven y la energía recorría su cuerpo. Su mente, con una velocidad endiablada, no llevaba al sosiego y a la tranquilidad. Sabía que no podía exigir nada de sus padres. Daban todo lo que eran. En el terreno económico luchaban para que el sustento básico no faltara en casa.
En el terreno educativo, como todos los padres, tenían sus lagunas y las influencias del momento. Se pasaba de un autoritarismo en los padres a una relación más comprensiva. Ese modelo le hacía chirriar a sus padres. Su padre era el que más lo acusaba. Él se había criado en ese ambiente autoritario y le costaba no seguirlo.
En su primera madurez, con las ideas de boda en el horizonte, David tenía ese logro en su interior de desarrollarse totalmente de acuerdo a sus ideas. Sentía la idea de separación, de abandono del hogar, de crear un nuevo hogar con otra persona y desarrollar todos sus ideales y sus objetivos. Había alegría en el corazón por dejar ese hogar que le había mantenido tantos años.
Las dos generaciones se enfrentaban y necesitaban un lugar distinto para desarrollarse. Un nuevo hogar era lo que esperaba a David al salir de su casa para ir a la iglesia y contraer matrimonio. Al salir de casa, la idea le pasó por la cabeza. Ya no volvería a la casa de sus padres. Su nuevo lugar le esperaba. Una mezcla de nostalgia y necesidad se unía en su mente.
Con el paso de los años, David volvía a comprender mucho mejor a sus padres. Tenían muchos elementos positivos. En algunas parcelas no había tenido la comprensión de ellos. Pero, había cambiado el objetivo de sus ojos: era más bien una comprensión suya hacia ellos. No les podía exigir nada. Toda la comprensión que salía de su corazón era una fuerza para curarse a sí mismo.
“La enfermedad es siempre un intento por parte del Hijo de Dios de ser él su propia causa y de no permitirse a sí mismo ser el Hijo de su Padre. Como consecuencia de este deseo irrealizable, él no cree ser el efecto del Amor, sino que él mismo debe ser su propia causa debido a lo que es”.
“La causa de la curación es la única Causa de todo y sólo tiene un efecto. Una mente contenida en un cuerpo y un mundo poblado de otros cuerpos, cada uno de ellos con una mente separada, es lo que constituye “tus creaciones”, tú eres la “otra” mente que crea efectos diferentes de sí misma”.
“Y, al ser su “padre”, tienes que ser como ellos”.
David veía en ese deambular de la mente el mismo proceso de separación de los padres biológicos, naturales. Un deseo intenso de separarse de ellos. Lo mismo pasaba con el Creador.
“La enfermedad es siempre un intento por parte del Hijo de Dios de ser él su propia causa y de no permitirse a sí mismo ser el Hijo de su Padre. Como consecuencia de este deseo irrealizable, él no cree ser el efecto del Amor, sino que él mismo debe ser su propia causa debido a lo que es”.
Era muy fuerte no aceptarse ser el Hijo de su Padre. Era la intranquilidad que se movía en sus días, en sus pensamientos, en sus ideas, en sus objetivos. Vio que debía abandonar su casa familiar. Pero no podía abandonar a esos padres que con sus más y sus menos le dieron todo.
Era hora de comprensión y de agradecimiento. Y en ese agradecimiento estaba la curación del alma interior. Así también ocurría con el Creador. Somos Hijos del Amor, somos Hijos del Padre. En esa comprensión agradecida, estaba, sin duda, toda la plenitud de nuestra vida y de nuestro corazón.
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