Carmina buscaba, como toda mujer, poner cada cosa en su sitio. Lo hacía con los enseres de la casa, los adornos, los muebles y los ornamentos. Lo hacía también con sus pensamientos, sus ideas, las noticias que le llegaban y con los objetivos que tenía en la cabeza.
El mundo debía ser comprendido. El mundo necesitaba, en cada momento, su respuesta, su solución y su alegría. La mente gozaba poniendo todo en orden en su interior. Ese orden que se proyectaba a su alrededor le daba esa paz y ese punto de poder que circulaba por sus venas y por todo su ser.
Aceptaba la enfermedad del cuerpo como algo normal. El cuerpo se cansaba de funcionar bien y, por desgaste, tenía sus achaques, sus problemas, sus adversidades que había que tratar. Para Carmina, la mente siempre estaba viva, clara, feliz, gozosa. El cuerpo, en ocasiones, no acompañaba a la mente y la fastidiaba con sus enfermedades.
Carmina veía la vida como un juego de parchís. Cierto azar aparecía en la vida como en el juego. Pero, las jugadas maestras estaban en su mente. Le gustaba mucho estar al tanto para sacar el mejor partido de cada situación. Ese sacar su mejor partido siempre estaba centrado en su felicidad personal.
Le gustaba mucho diseñar en su mente cómo deberían ser las cosas, cómo podría influir sobre ellas, cómo orientarlas para dejarlas según su criterio. En esas ideas, le cayó el siguiente escrito que la hizo reflexionar seriamente: “El milagro te devuelve la causa del miedo a ti que lo inventaste”.
“Pero también te muestra, que, al no tener efectos, no es realmente una causa porque la función de lo causativo es producir efectos. Y allí donde los efectos han desaparecido, no hay causa”.
“De este modo, el cuerpo se cura gracias a los milagros, ya que éstos demuestran que la mente inventó la enfermedad y que utilizó el cuerpo para ser la víctima, o el efecto, de lo que ella inventó”.
“Mas la mitad de la lección no es toda la lección. El milagro no tiene ninguna utilidad si lo único que aprendes es que el cuerpo se puede curar, pues no es esta la lección que se le encomendó enseñar”.
“La lección que se le encomendó enseñar es que lo que estaba enfermo era la mente que pensó que el cuerpo podía enfermar. Proyectar su culpabilidad no causó nada ni tuvo efectos”.
Carmina se vio sorprendida por ciertas afirmaciones: “el milagro te devuelve la causa del miedo a ti que lo inventaste”. Era muy fuerte para ella admitir que el miedo lo había inventado ella, lo habíamos inventado los humanos, lo propagábamos las personas. ¡Menudo inicio del párrafo!
Seguía con las siguientes ideas: “la mente inventó la enfermedad y utilizó al cuerpo para ser la víctima, o el efecto, de lo que ella inventó”. Iba de sobresalto en sobresalto. Primero inventa el miedo y después la enfermedad. Proyecta la enfermedad en el cuerpo y se vuelve ella misma la víctima.
El milagro deshacía tantas cosas en su mente, en su pensamiento que la tenía exhausta por esos descubrimientos. Pero todavía le faltaba la tercera afirmación que la tenía toda en suspenso: “La que estaba enferma era la mente que pensó que el cuerpo podía enfermar”.
Carmina veía que era un ataque en toda regla a la forma de pensar, a la forma de concebir el orden en nuestra vida, a la forma de disponer todas las cosas para nuestro bien. Iba pergeñando que la mente debía ser la fuente de salud del cuerpo.
Sus pensamientos de amor, de cariño, de apoyo, de generosidad y de confianza pondrían a la mente en su condición maravillosa de paz. Vislumbraba que debía cuidar muy bien sus pensamientos para no hacer caer a la mente en la enfermedad porque quien enfermaba era la mente.
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