sábado, agosto 19

NUESTRO SUEÑO PERSONAL

Romina tenía seguro, en su interior, todo aquello que deseaba conseguir para tener la paz y la seguridad en su vida. Lo tenía todo diseñado. Los pequeños detalles de cada vestido, de cada relación, de cada conversación. Lo planificaba todo. Era imposible dejar nada al azar. Ella no lo soportaba. 

Ese control le daba cierta seguridad en su vida. Recordaba, no obstante, un sueño que había tenido unas noches atrás. En ese sueño le aparecía un hada que le daba una madeja de lana. Le dijo que era la madeja del tiempo. Si quería pasar el tiempo de un modo más rápido, sólo tenía que tirar de la hebra y romper un trozo de ella. 

En su veta de controlar todo, Romina veía que eso era estupendo. En esos momentos tenía unos 16 años. Le gustaría tener veinte años para poder disponer de la posibilidad de tener un novio según sus deseos. Aceptaba que era muy pequeña para tener esa experiencia. Durante varios días le estuvo dando vueltas a la idea. 

Una voz en su interior le dijo que, si tanto lo deseaba, estirara de la madeja del tiempo y tendría veinte años. Al final, se convenció y tiró de la madeja y cortó un trozo para tener veinte años. Fue genial. Se vio toda una señorita de veinte años con toda su hermosura y su porte genial. Se vio pretendida por varios mozos. 

Romina fue siguiendo el sueño. Hacía un repaso de sus pretendientes y miraba quién era el más adecuado para ser su pareja. Estuvo dudando mucho. Al final decidió por uno de ellos. Su cortesía y su profundo respeto le impresionó. Comprendió que era la persona para compartir su vida. 

Así fue viviendo el sueño. Siempre que deseaba tener otra edad tiraba de la madeja del tiempo. Sin darse cuenta, había tirado tanto que en unos pocos años había vivido unos 35 años. Se había hecho mayor, muy mayor. Al darse cuenta entró en angustia y se despertó. 

Menos mal que seguía teniendo 16 años. “Que locura ha pasado en el sueño. No he sido nada prudente. Los deseos me han guiado en todo momento y he desperdiciado momentos solemnes de mi vida”, pensaba ella. “Todos tus retazos de memoria y sueños, se conservan en un almacén vacío, cuyas puertas están abiertas de par en par”. 

“Pero si tú eres el soñador, puedes percibir cuanto menos esto: que tú eres el causante del sueño, y, por lo tanto, que puedes aceptar otro sueño. Pero para que este cambio en el contenido del sueño tenga lugar, es esencial que te des cuenta de que fuiste tú quien soñó el sueño que no te gusta”. 

“Pues no es otra cosa que un efecto que tú causaste, y del que ya no quieres ser la causa. Cuando los sueños son de asesinato y ataque, tú eres la víctima en un cuerpo moribundo que ha sido herido. Pero cuando los sueños son de perdón, a nadie se le pide ser la víctima o el que padece”. 

“Éstos son los felices sueños que el milagro te ofrece a cambio de los tuyos. No te pide que concibas otro sueño, sino sólo que te des cuenta de que inventaste el que quieres intercambiar por los de perdón”. 

Romina entendía que ese sueño que había tenido había sido una locura. Creyendo que era prudente, creyendo que era sabia, creyendo que todo lo hacía lo mejor para todo, había desperdiciado su vida enteramente. ¡Menos mal que había sido un sueño de una noche y podía cambiarlo!

Fue consciente de que tanto control en los pequeños detalles le evitaba ver la amplitud de la vida, la maravilla de todo lo que la existencia le ofrecía. Los detalles eran parte de su ser natural. Pero, de ahora en adelante, el conjunto también tendría su lugar en su caminar. 

Vivir la vida con intensidad cada instante con los ojos abiertos para dejar entrar las sorpresas que no dominaba y que la luz del alba le regalaba cada mañana. Romina era una nueva criatura después de aquel sueño.

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