A Pablo le impactaba observar esa tendencia que había dentro del ser humano de la imitación. Al poder identificarla en los demás, admitía que también estaba dentro de él. La imitación era un camino para orientarnos, alegrarnos, divertirnos y sentirnos identificados con un ideal. La energía que se creaba en la conjunción de pensamientos era extraordinaria.
Se abandonaba la soledad. Se abandonaba el camino desierto y aislado. Era como un faro en el camino que le ayudaba a tomar sus decisiones y sentirse completo en cierta manera. Sin embargo, veía algunas lagunas en ese proceso de imitación, si no se hacía desde la consciencia.
Recordaba con claridad cierta experiencia que tuvo cuando era joven. Tenía sobre los doce años. Asistía a un partido de fútbol con su padre. Participaba con los amigos de su padre de los lances del partido. Entusiasmos y pesares que sacaban las expresiones de contrariedad y de alegría al mismo tiempo según las incidencias.
En uno de los momentos, donde la contrariedad surgió, todas las personas alrededor de él se pusieron a saltar y a corear el nombre de un árbitro que tuvo una mala experiencia en ese campo. Algunos aficionados se apostaron en un lugar para mostrarle, de mala manera, su disgusto por su mal arbitraje.
Ese hecho quedó como leyenda y como grito de guerra para los árbitros cuando no eran justos con sus decisiones. Pablo no sabía entonces la historia de ese árbitro. Pero, al ser imitador, como todos los demás, se puso a saltar y a gritar el mismo nombre como todos.
De pronto, un señor a su lado se dirigió a él y le preguntó por qué coreaba ese nombre. Le preguntó si sabía lo que significaba. La pregunta dejó sin respuesta a Pablo. Era un rayo de luz que indicaba que muchos de los comportamientos que se tenían eran puros reflejos del que tenían los demás. No había consciencia, ni pensamiento, ni reflexión, ni raciocinio.
Sólo imperaba la emoción. Una emoción que se desbordaba por el equipo de fútbol local. Lo demás quedaba en segundo término. Se sintió, Pablo, tan interpelado y tan consciente de aquella pregunta que le dejó una marca indeleble. Se podía imitar, pero en adelante, antes lo pensaría muy bien y lo pasaría por su consciencia.
Pablo también descubrió el poder de contagio de la energía de las personas que le rodeaban y junto a la cualidad de la imitación, el cóctel estaba servido para apoyar cualquier decisión por justa o por injusta que fuera. Entendía que no éramos del todo libres cuando estábamos en el grupo.
En momentos de paz y de serenidad, la imagen personal estaba clara en nuestro interior. Esa imagen debía ser nuestro objetivo. “La función del Espíritu Santo es tomar la imagen fragmentada del Hijo de Dios y poner cada fragmento nuevamente en su lugar”.
“Él muestra esta santa imagen, completamente sanada, a cada fragmento separado que piensa que en sí es una imagen completa. A cada uno de ellos Él le ofrece su Identidad, que la imagen en su totalidad representa, en vez de la fragmentada y diminuta porción que él insistía que era él mismo”.
“Mas cuando él vea esta imagen, se reconocerá a sí mismo. Si tú no compartes con tu hermano su sueño de maldad, ésa es la imagen con la que el milagro llenará la diminuta brecha, la cual quedará así libre de todas las semillas de enfermedad y de pecado”.
“Y ahí el Padre recibirá a Su Hijo porque Su Hijo ha sido misericordioso consigo mismo”.
Pablo sabía que la imagen que debía seguir estaba dentro de él. Sabía que le hacía latir, ilusionar, admirar y sentirse pleno. Una imagen que no tenía nada que ver con los objetos externos. Se podía uno vestir de la manera adecuada. Podía ser diferente a los demás.
Pero llevaba un sello extraordinario. Era una imagen de Unidad. Una Unidad que captaba en él y en los demás. Una unidad que vivía en cada corazón y en cada cuerpo. Una unidad que no se resistía a sentir que la separación de los cuerpos era lo determinante.
La imagen de la unidad de mentes en todos los humanos se dibujaba en el horizonte de su vida, se destacaba en el cielo de sus ilusiones, se vivía con toda la fuerza en las energía vibrantes y verdaderas. Una imagen iba creciendo dentro de él y su fuerza no se extinguía en su expansión. ¡Bendita y hermosa común unión”.
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