martes, agosto 15

INTUICIÓN HECHA EXPERIENCIA

Josué iba adquiriendo la seguridad, de una forma progresiva, de que su consciencia debía abrirse a la experiencia del Eterno. Esa unidad debía encontrarse. El Creador no era un invento humano. El Creador no era un conjunto de afirmaciones para demostrar su existencia. 

El Creador era el Padre que se ponía en comunicación con Su Hijo auténtico. Para ello, Su hijo debía estar preparado. Debía estar abierto y esperándolo. El Eterno no podía sorprender. No podía intimidar ni alterar. Era una experiencia querida por los dos. El Creador era paciente y esperaba que su hijo regresara y se lo pidiera. 

Era un encuentro en el nivel de la comprensión. Era la aceptación racional y sentida de que era su padre. Era la confirmación, después de todo lo estudiado, pensado, sentido, experimentado, de Su gran presencia en nuestra vida. No era algo etéreo que se dibujaba en las invenciones del pensamiento y de la imaginación. 

Era la afirmación, por parte de Josué, de Su Real Presencia en su vida. Era uno de los descubrimientos más trascendentes en su vida. Siempre lo había buscado. Siempre había hablado con Él. Siempre lo había intuido desde sus años mozos. 

Sin embargo, ahora se trataba de una comprensión íntima, una aceptación total, una entrega sin reserva a esa amistad y unión que se forjaba entre el Creador y Su criatura. Por fin, la vida había encontrado su objetivo. Por fin, la vida había alcanzado su plenitud. El Eterno y Josué eran uno. 

Josué había abandonado todo tinte de leyenda, todo tinte de fábula, todo tinte de poder desdibujado en sueños de grandeza. La profunda comprensión de la vida ofrecida por el Eterno le había convencido, persuadido, y clarificado, desde todos los ángulos de su experiencia y de su mente cultivada. 

Comprendía el sentido de unidad. Comprendía el asunto de la confusión. Comprendía la libertad del ser humano. Todo ello era la base de su construcción divina. Entendía la nueva mentalidad que el Eterno le ofrecía. Lo había cambiado. Lo había transformado en otra criatura. 

Aceptaba que la huella del Eterno estaba en el corazón humano. Nunca podía haber sido quitada. Parte de ese corazón era del Eterno. La otra parte, por nuestra libertad, era nuestra. Y esa parte libre, Josué, entendiéndolo, se la entregaba, la reconocía y decidía caminar junto con la Suya. 

La consciencia se hacía presente y la consciencia le abría un nuevo horizonte de luz y claridad: “¡Cuán rápidamente aflora el recuerdo de Dios Padre en la mente que no tiene ningún temor que la mantenga alejada de dicho recuerdo! Lo que dicha mente había estado recordando desaparece”. 

“Ya no hay pasado que con su imagen tenebrosa impida el feliz despertar de la mente a la paz presente. Las trompetas de la eternidad resuenan por toda la quietud, mas no la perturban”. 

“Y lo que ahora se recuerda es la Causa, no el miedo, el cual se inventó con vistas a anular aquella y a mantenerla en el olvido. La quietud habla con suaves murmullos de amor que el Hijo de Dios recuerda de antaño, antes de que su propio recuerdo se interpusiese entre el presente y el pasado, para hacerlos inaudibles”. 

Josué comprendía mucho mejor las razones de ese encuentro. Más que encuentro era la recuperación de un recuerdo. El descubrimiento de su propio origen. Traer a la memoria y a su presente realmente quién era él. Era encontrarse él consigo mismo. 

Y, en ese encuentro, se encontraba consigo mismo y con su Creador. Era un elemento doble. Era una función doble. Él y su Creador eran lo mismo. Nunca pudo prever ni dibujar una plenitud mayor. Ahora comprendía mucho mejor a sus maestros. Tanto tiempo buscando para terminar encontrándose a uno mismo en su interior. 

“No debes buscar afuera”, le repetían. Pero estaba tan acostumbrado a buscar afuera todo que no encontraba el camino para ir hacia dentro. Ahora, su camino estaba claro. Estaba abierto. En su interior refulgía su Ser y su Ser dado por su Padre. Los dos Seres se encontraban en el abrazo maravilloso de comprensión. 

Josué y su Padre se encontraban, se identificaban, y recobraba esa memoria que siempre había estado en él.

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