Marcos estaba descubriendo un concepto de libertad que nunca había considerado. Una libertad de elección total en la vida personal de cada uno. Decirlo sonaba bien, muy bien. Admitirlo intelectualmente costaba lo suyo. Salvar a una persona podía pasar incluso por encima de ella.
Sin embargo, la libertad del ser humano era máxima y sagrada. La libertad del ser humano era poderosa e inexpugnable. Nadie podía quitársela, inclusive el propio Creador. Todo el poder del mundo, de las personas, de los vientos, de los mares y de los huracanes, se estrellaba frente a la libertad de una persona.
Era el tesoro más grande que aparecía ante los ojos de Marcos. Era una cualidad que nunca había considerado de la debida manera. Era una posición jamás tenida en cuenta. Siempre había una voz que, por detrás, decía: “harás lo que yo quiera”.
Y ahora descubría que eso era falso. Era un engaño. El corazón no se podía cambiar por presión externa. El corazón era el cetro del reino de la persona donde nadie accedía para quitarle la libertad sin su consentimiento. Debía permitirlo plenamente él.
Muchos le habían comentado a Marcos la fuerza que habían ejercido para engañar a otros. Los demás podían ser manipulados y dirigidos. La libertad siempre la decidía la persona. Podía entregar su tesoro a quien él deseara hacerlo. Pero era siempre su decisión. Nadie podía hacer nada.
La decisión personal era la roca sobre la que estaba plantada la tienda de cada persona. La decisión personal era el baluarte sobre el que chocaban las tormentas de la vida. Nada podía vencerla. Solamente él, únicamente él, debía decidirlo. Y esa verdad pasaba desapercibida en un mundo aparente y lleno de engaños.
“Dios Padre tiende el puente, pero sólo en el espacio que el milagro ha dejado libre y despejado. Mas él no puede tender un puente sobre las semillas de la enfermedad y la vergüenza de la culpabilidad, pues no puede destruir una voluntad ajena que Él no creó”.
“Deja que los efectos de ésta desaparezcan y no te aferres a ellos desesperadamente, tratando de conservarlos. El milagro los hará a un lado, haciendo así sitio para Aquel Cuya Voluntad es venir y tender un puente para que Su Hijo regrese a Él”.
Marcos veía que su concepto de encuentro con Dios Padre cambiaba radicalmente. Era un encuentro de libertades totales. Era un encuentro de latidos similares en los pensamientos de ambos. No se iba a Dios por los regalos enormes que podía compartir con nosotros.
No se iba a Dios como esa aspiración de vencer a la muerte, a la enfermedad y a los inconvenientes de la vida. Se iba a Dios porque se reconocía que nos habíamos equivocado. Admitíamos que habíamos estado totalmente desacertados en nuestros planteamientos y habíamos adquirido Sus pensamientos con claridad, con consciencia y con una conversación cara a cara.
Habíamos reconocido en nosotros la presencia del Creador en la mitad de nuestro corazón. Nos habíamos completado en libertad con la otra parte por decisión personal nuestra.
Marcos abría los ojos y veía que no era hacer un seguro para tener un futuro mejor. Los seguros se pagaban con dinero. Algunos los pagaban con sacrificios. El encuentro con el Eterno no era una póliza de seguros. Era, en primer lugar, un encuentro con nosotros mismos.
Un descubrimiento del tesoro que había dispuesto en nosotros nuestro Creador y una aceptación total, por parte nuestra, de ese tesoro por ser conscientes de que era nuestra natural creación. Con ese trabajo de la consciencia:
“El milagro los hará a un lado, haciendo así sitio para Aquel Cuya Voluntad es venir y tender un puente para que Su hijo regrese a Él”. ¡Maravillosa libertad de nuestro corazón!
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