jueves, agosto 24

LOS VENENOS DE LAS IDEAS

Mateo sentía algo especial aquella tarde. Leyendo aquellos párrafos tenía la sensación de que estaba ahondando en los campos de la mente y del pensamiento. Durante toda su vida, había estudiado todas las partes del cuerpo humano. Todos sus componentes y su funcionamiento dinámico. 

Sin embargo, no tenía la misma sensación cuando pensaba en su interior. Esos buceos personales eran eso: muy personales. No era fácil comunicarlos y tampoco tenía idea alguna si los demás sentirían las mismas cosas que él estaba viviendo en sus adentros. 

Su mente era muy matemática. Le gustaba conocer todos los componentes de las cosas. Sus partes fijas y móviles. Sus funcionamientos dinámicos y estáticos. Así lo veía en las hojas de análisis que le entregaban cuando era pequeño. Solía leerlos y una información exhaustiva le decía todas esas cantidades que informaban del estado de su cuerpo. 

Se hacía una idea con las conversaciones con los médicos. Ese conocimiento le atraía mucho. Era como conocerse a sí mismo un poco más. Claro, quedaba en el cuerpo. No había encontrado, a lo largo de su vida, manuales que le dijeran los mecanismos de su mente, sus partes principales en cada ocasión y sus funciones específicas en cada momento. 

Mateo tenía que vivir con su cuerpo. También tenía que vivir con su mente y no disponía de una información tan buena acerca de las ideas que se cocían en su interior. Y esas ideas eran vitales en muchas ocasiones. En cierto momento se dio cuenta de que una información no precisa sobre la situación de una persona levantó todo un mar de sospechas porque no se sabía delimitar y clarificar. 

Después de tanto tiempo de leer la máxima latina: “Mens sana in corpore sano” sólo había llegado a vislumbrar que se le hacía bien a la mente con el ejercicio. Era cierto, pero se quedaba a años luz de la infinitud de la mente. Por ello, se espaciaba en las afirmaciones que estaba leyendo. 

“El milagro no hace nada precisamente porque las mentes están unidas y no se pueden separar. En el sueño, no obstante, esto se ha invertido, y las mentes separadas se ven como cuerpos, los cuales están separados y no pueden unirse”.

“No permitas que tu hermano esté enfermo, pues si lo está, ello quiere decir que lo dejaste a merced de su propio sueño al compartirlo con él. Él no ha visto donde reside la causa de su enfermedad, y tú has ignorado la brecha que os separa, que es donde la enfermedad se ha incubado”. 

“De esta forma, os unís en la enfermedad para dejar sin sanar la diminuta brecha donde se protege celosamente a la enfermedad, donde se estima y donde se sustenta por una firme creencia, no sea que Dios venga y la salve con un puente que conduzca hasta él”. 

“No te opongas a Su llegada combatiéndolo con ilusiones, pues Su llegada es lo que deseas por encima de todas las cosas que parecen titilar en el sueño”. 

Mateo veía que la brecha de separación era como esas bacterias o virus que infectaban todo tipo de pensamiento. Eran ataques contra la unidad, contra la comunicación, contra la fusión de las mentes. Todos esos conceptos había que combatirlos con ideas de “yo soy mejor que tú”. 

Esas bacterias y virus de la desigualdad, de la supremacía, de la separación y de la distancia entre las personas eran las causantes de la enfermedad que sufría la humanidad. Además, se caía en un error total. Se confundía a las mentes con los cuerpos. Los cuerpos estaban separados, las mentes también. 

Mateo vislumbraba que, con la misma determinación, debía tener en cuenta los elementos patógenos contra el cuerpo y los pensamientos patógenos contra la mente y la unión de las personas. En ese campo estaban los virus de la enfermedad. 

La enfermedad atacaba la mente y al cuerpo. La mente iniciaba el ataque e inoculaba sus venenos al cuerpo. Mateo veía un poco más de claridad en ese terreno de las ideas que bullían en su interior. Por fin, encontraba un camino claro y bien orientado.


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