Loli iba viendo que, cuando las lianas de la unión entre todos los miembros de la familia funcionaban bien, la conexión era estupenda, y la ayuda mutua se desarrollaba regularmente. Su corazón latía de una forma diferente. Era un latido más seguro, más agradecido, más pleno, más feliz.
A veces se detenía en su pensamiento en esas buenas relaciones entre los diversos miembros. Si ocurría alguna desavenencia, ella siempre estaba presta a unir la brecha surgida, a minimizar sus efectos y a mejorar las relaciones. Era su tesoro en la vida. Todos unidos eran plenamente vitales y vivían satisfechos.
No llegaba a entender por qué algunas personas se demoraban en los enfrentamientos y les gustaba echar un poco de cizaña para enturbiar las relaciones. “Quizás, decía en su pensamiento, porque eran inconscientes del daño que se hacían a sí mismas dichas personas”.
Después de leer muchos libros, de muchas reflexiones y de mucha sabiduría adquirida, concluía que la mente vivía aquello que transmitía. Si compartía dificultades, la mente vivía dificultades. Si destacaba la concordia, la mente vivía la concordia.
No había mejor manera de quererse a sí misma que querer a los demás. Su trato afable y cortés, era el trato afable y cortés que se daba a sí misma. Su comprensión en las caídas de los demás, era la comprensión que ella se daba en sus caídas. No se podía ser dura con los demás, sin dejar de ser dura consigo misma.
Cuando pensaba en alguna persona, solía reflexionar y analizar a la persona. En ese proceso duro, blando, comprensivo, distante, cercano, amoroso, odioso, iba recorriendo los caminos que había elegido. Cambiaba el objetivo de esa persona y se ponía a sí misma. Entonces elegía los caminos que le gustarían que utilizaran con ella.
Con esas ideas en mente, volvía a pensar sobre la otra persona con los caminos personales que había elegido. La conclusión era completamente distinta. El mismo amor que pedía para sí, lo otorgaba a los demás. Todo un ejercicio de sabiduría.
Se dejaba llevar por la luz de aquellas líneas: “La causa del dolor es la separación, no el cuerpo, el cual es sólo su efecto. Sin embargo, la separación no es más que un espacio vacío que no contiene nada ni hace nada, y que es tan insustancial como la estela de los barcos que dejan entre las olas al pasar”.
“Dicho espacio vacío se llena con la misma rapidez con la que el agua se abalanza a cerrar la estela según las olas se unen. ¿Dónde está la estela que había entre las olas una vez que éstas se han unido y han llenado el espacio que por un momento parecía separarlas?”
¿Dónde está la base de la enfermedad una vez que las mentes se han unido para cerrar la diminuta brecha que había entre ellas y en la que las semillas de la enfermedad parecían germinar?”
Loly retuvo la imagen de las olas al unirse y tapar completamente la estela. Todo había desaparecido. El mar aparecía siempre el mismo. Ese incidente pasajero se había disuelto. Recordaba una cicatriz de una de sus manos. Se la miraba de vez en cuando.
Cierto día, se maravilló de que la señal iba quedando atrás. La marca iba desapareciendo. La naturaleza siempre volvía a su equilibrio y lo dejaba todo perfecto como si nada hubiera pasado. Eso le daba una fuerza muy grande en su corazón para que el cambio de la unión nunca dejara de funcionar.
La separación, el enfrentamiento entre las personas no tenía sentido. Errores que nos habían inculcado de defender nuestro terreno. Nunca nos habían advertido de todo el estropicio que le hacíamos a nuestra mente con pensamientos tan opuestos y cortantes.
Así, al leer esas líneas de la separación, afirmó sus seguridades de camino orientado en la buena dirección, de trabajar por la unión, evitar la desunión y sembrar semillas de fusión entre todos los humanos.
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