Darío no entendía a su amigo. No lo comprendía. No acertaba a vislumbrar ese poder que ejercía sobre su mente ciertas experiencias que había tenido en el pasado con una compañera suya. El final de la experiencia de su amigo y su compañera había llegado.
No había sido fácil. Su compañera le ofrecía toda una serie de dobleces, chantajes, culpabilidades, falsedades, para retenerlo a su lado. Todas esas tretas alejaban cada día un poco más a su amigo. Todos esos medios lo ponían en guardia.
El amor se vivía libre, amplio, claro, sincero y enriquecedor. Sin embargo, su amigo, apresado por las buenas experiencias que habían tenido al principio, se aferraba a esos momentos sublimes, que, de alguna manera, se pudieran revivir. Momentos donde se sintió en las alturas de su ser y en las alturas de fusión en el amor.
Sin embargo, todo eso había pasado. Se había terminado. Se había dejado totalmente. Una relación de tipo opresiva se estaba dando entre ellos. Una relación tóxica llena de falta de sinceridad, de falta de claridad, de genuina naturalidad. Así, la causa de aquellos días tan grandiosos había pasado.
Darío, ante la falta de causa, veía que su amigo se centraba en el pasado, en aquellos días, y no podía dejar que la distancia se fuera construyendo entre ellos. “El tiempo, no obstante, no es más que otra fase de lo que no hace nada. Colabora estrechamente con todos los demás atributos con los que intentas mantener oculta la verdad acerca de ti mismo”.
“El tiempo ni quita ni restituye. Sin embargo, lo utilizas de una manera extraña, como si el pasado hubiese causado el presente, y este no fuese más que una consecuencia en la que no se puede hacer cambio alguno, toda vez que su causa ha desaparecido”.
“Un cambio, no obstante, tiene que tener una causa duradera, pues de otro modo, no perduraría. Es imposible cambiar nada en el presente si su causa se encuentra en el pasado”.
“Tal como usas la memoria, sólo el pasado está en ella, y así, no es más que un modo de hacer que el pasado predomine sobre el ahora”.
Darío se quedaba impactado. La última frase confirmaba la experiencia de su amigo. Ahora lo entendía mucho mejor. “Tal como usas la memoria, sólo el pasado está en ella, y así, no es más que un modo de hacer que el pasado predomine sobre el ahora”.
La paz del cambio aparecía en el presente. Las causas del cambio se hacían fuertes en el presente. La ilusión del cambio estaba en el presente. El pasado ya había tenido su ocasión, su momento, su encanto. El “ahora” era el momento de poner nuevos niveles en la escalera maravillosa de la vida.
Todo un cambio de visión en la vida de Darío. Todo un cambio de comprensión en su relación con su amigo. Los dos estuvieron hablando. Los dos estuvieron reflexionando a la luz de esas ideas. Los dos concluyeron con el mismo pensamiento.
El encanto del pasado deslumbró. El encanto del pasado se vivió. Se vivió en su presente oportuno. El presente es la puerta del encanto continuo y constante que siempre nos invita a mejores alturas de consecución. Nada podía poner un tope a la grandiosa posibilidad de vivir maravillas en cada momento de nuestra vida.
El pasado, había pasado, había concluido, había sido vivido. El presente era el que nos invitaba, en cada momento, para tener la mayor experiencia sublime en cada ocasión.
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