Enrique acababa de recibir unas notas de su amigo con el que tenía una comunicación profunda muy intensa. Los dos habían caminado juntos durante muchos años. Los dos habían ido a la universidad, se habían casado, habían tenido familia y se encontraban recorriendo el camino de la vida con alegría y plenitud.
Nunca habían interrumpido la amistad. Nunca habían dejado de sentirse cerca. Los dos confiaban el uno en el otro. Era una ayuda impensable en los momentos donde las dudas surgían. Siempre estaba el otro para escuchar, para abrazar, para conversar y para proponer soluciones a las disyuntivas que se presentaban.
Eran como un espejo el uno para el otro. La duda surgía y el espejo reflejaba en forma de atención y escucha. Por ello, leía con tranquilidad aquellas notas que le había enviado. “Nuestra mente necesita aprenderlo todo. Tiene esa posibilidad. Los inicios del aprendizaje son delicados”.
“Pero cuando el aprendizaje termina, la serenidad se instala y salen todos los frutos de ese aprendizaje con enorme facilidad. No hay esfuerzo. El esfuerzo ya ha terminado”. Enrique se fijaba en la última parte: “No hay esfuerzo. El esfuerzo ya ha terminado”.
Su amigo sabía que estaba pasando un momento de intranquilidad. Sabía que era exigente consigo mismo y siempre estaba tratando de subir un nivel más en su carrera como persona, como consciencia, como compañero, como esposo, como padre, como familiar, como buen ciudadano. La respuesta de su amigo se centraba en el “no esfuerzo”.
Trataba de buscar algún símil en la vida cotidiana para comprender ese “no esfuerzo”. Sabía que era algo más que una palabra de alivio, una palabra de comprensión, una palabra de cariño. Sabía que tenía una enseñanza encerrada en su interior.
De pronto, pensó en todo el proceso para sacarse el carnet de conducir. Los principios eran delicados. Se debían vencer muchas incidencias. Se debía practicar y se debía ganar seguridad en sus gestos. Poco a poco iba creciendo. Poco a poco iba aprendiendo. Sin darse cuenta, memorizaba los gestos. Ante tal situación todos los movimientos se automatizaban.
Ahora ya, después de tanto tiempo conduciendo, se daba cuenta que era un fruto natural. Ya sabía conducir el coche. Los frutos estaban claros. Ya no había que esforzarse por saber conducir. Se había aprendido. Se había practicado. Se había resuelto el problema del desplazamiento.
“Nada que se utilice con el propósito de sanar conlleva esfuerzo alguno. Es el reconocimiento de que no tienes necesidades que requieran que hagas algo al respecto. No es una memoria selectiva ni se utiliza para obstruir la verdad”.
“Todas las cosas de las que el Espíritu Santo puede valerse para sanar le han sido entregadas, sin el contenido ni los propósitos para las que fueron concebidas”.
“Son sencillamente facultades que aún no tienen una aplicación concreta y que sólo esperan que se haga uso de ellas. No han sido dedicadas a nada en particular ni tienen ningún objetivo”.
Enrique veía que su amigo le recomendaba un punto esencial en su camino. Después de haber hecho todo lo posible por su parte, entraba en acción el Espíritu Santo. Se le daba toda la confianza. Y esa unión formaba nuevas salidas que solos jamás se hubieran puesto en funcionamiento.
La paz llenó el corazón de Enrique. La paz le envolvió. La confianza renació en su interior. Su amigo, una vez más, estaba donde él lo necesitaba. Nuestro camino es estar unidos.
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